Sin dudas es beneficioso, pero también son tristes (y no en un sentido melancólico). A Chile, no le viene bien el agua, no sabemos disfrutarla, tratarla, ni siquiera cuidarla ni menos encauzarla. Y es que cada vez que llueve, es como si no conociéramos la lluvia, recorre las calles no perdonando ninguna debilidad en el camino. Personas que de manera inquietante pierden sus viviendas o pertenencias, mientras los servicios públicos dejan de funcionar cómo si de un gran cataclismo se tratara.
Tememos a la sequía hasta que llueve y en 24 horas sin servicio eléctrico nos percatamos que somos dependientes en todas las maneras posibles de la electricidad, misma que en muchos casos, se genera con el agua que tanto ansiamos, y que tanto nos contraría.